martes, 15 de diciembre de 2015

Un sueño

El resto del mundo buscaba las respuestas. 
Ella tenía las preguntas.



Era un domingo con etiqueta de fiesta
de sábado enredado en nostalgia.

Yo caminaba sola,
a caballo entre mi cansancio
y la esperanza que te ordenan tener,
mirando al suelo
-siempre-
para no perder detalle
de la belleza de las cosas que son más pequeñas
                     que nosotros.

No sabía dónde iba:
estaba atrapada entre una huida que acababa
                      siempre liberándome
y una libertad que me volvía presa de mí misma.

De repente
empezó la lluvia
y,
como si fuera una banda sonora programada
de una de esas estúpidas películas felices
o el tiro que indica la salida de la carrera de tu
                      vida hacia la muerte,
levanté la mirada
y fui testigo de cómo Gran Vía guardaba silencio,
como calla quien no sabe qué decir ante lo que
                es más grande que él.

Ella.
Así, con mayúscula,
como se escribe Lluvia, Invierno y Tristeza
o Pájaro, Amor y Saliva.
Ella.

Paseaba despacio,
se la veía tan segura
de que el mundo dependía en ese momento de sus pies
que la prisa no entraba en sus pasos.

Sonreía a solas,
como un prodigio animal en medio de una selva humana.
Parecía que decía:
idiotas, la solución a todo está en nuestras bocas.

Zarandeaba sus manos 
buscando algún tipo de herida,
tenía los ojos de color café batalla 
y en el pelo un millar de caricias en marzo.
Su pecho parecía batirse en retirada a cada latido
y sin embargo era fácil entender que era el aire
el que respiraba a ella.

Miraba al horizonte:
cualquiera en su loco juicio 
hubiera dicho de ella que tenía todas las preguntas,
que era una niña perdida
que había venido a salvar(me d)el mundo
porque nunca lo sabría,
que probablemente habría nacido en una nube
y se marcharía con la próxima tormenta
con el resto de todas esas historias
que violan con violencia vidas.

A través del deseo
de querer besarle los párpados,
me di cuenta de que era uno de esos seres 
que jamás, 
ni aun empeñando tu empeño,
podrías llegar a conocer.

Era una de esas maravillas 
que te hacen querer ser humano.

Juro que no exagero
si os digo que todo mi invierno se concentró en su cara,
que la lluvia era más pequeña que ella
-igual que mi corazón,
los árboles y la contaminación de Madrid-,
que nada tienen que hacer las mariposas y los terremotos
cuando ella pestañea,
que la miré como si Gran Vía fuera el diluvio universal
y Noé la hubiera señalado solo a ella.

Que la vida 
puede durar un cruce de miradas
en medio de una tormenta.
Y os aseguro que eso es un regalo,
eso es más que suficiente.

E igual que apareció
se marchó:
como quien camina de puntillas
y provoca estampidas de latidos.
Disimulando,
como si no creyera en la poesía
y pensara que todo lo que no se dice en voz alta
no existe.
Como un secreto,
ignorante de que son silencios
que hacen más ruido que la verdad.

Y yo la dejé irse,
sin nombrarla,
para no romper su existencia.



Soñando a veces

Intento imaginar qué estás haciendo,
qué tienes ahora mismo en la cabeza,
es duro cuando va pasando el tiempo
y sólo quedan restos de tristeza.

No hay teclas de reinicio milagrosas,
detrás de cada error hay consecuencias
que pesan en el alma como losas.
Vivimos a pesar de las ausencias.

Me da por escribir, ya me conoces,
y sé que suena obvio lo que digo,
si no quieres leer, no te lo impido.

Pregunto dónde estás soñando a voces,
con quién despertarás si no es conmigo
Juré olvidarte pronto No he podido.

No es verdad.

Uno cree que porque le duela le van a permitir gritar.
No es verdad.

-

Este calendario son dos años rotos y este es el penúltimo mes.