martes, 8 de diciembre de 2015

XIV - Una flor en medio de un campo de ruinas

Yo era una tarde de invierno,
nostalgia y cenizas en la cama;
los restos de un incendio provocado;
las ruinas que quedan
cuando un castillo es asaltado sin piedad;
un poema cansado
en forma de papel arrugado
en la papelera de una oficina gris.

Tú eras un paseo por el campo
un día de marzo,
el olor a caricia
sobre la hierba recién cortada;
el abrazo de bienvenida en la terminal vacía de un aeropuerto;
la hora del recreo,
la tarde del viernes,
las vueltas a casa después del trabajo,
un sábado por la noche;
un gol por la escuadra
en el último minuto;
el polvo de reconciliación
de todas esas discusiones
que en el fondo solo son excusas
para encontrar nuevas formas de quererse.

Esas eran nuestras credenciales
mucho antes de presentarnos. 

Entonces,
un día de otoño,
sin cartas y sin manga cautelosa,
te acercaste a mí con esa ternura
que solo tienen las personas que saben amar,
me lamiste la tristeza
y nevaste sobre mi espalda tiroteada.
Cosiste con paciencia 
de quien cree en lo que espera
las costuras royas de mi pelo,
llenaste mi almohada de buenas noches
- y mejores sueños - 
al descansar tu cabeza sobre ella
y empecé a acompasar mi respiración
a tus latidos,
y la música empezó a tener sentido.

Un tiempo después,
una mañana de esas en las que el Polo Norte
se concentra en toda la ciudad,
te observé descansar agotada y en paz
sobre mi cama
mientras escuchaba llover a través de la ventana.
Y, de repente, perdí el frío.
Fue así, mirarte fue el deshielo.
Te contemplé
y vi cómo se reconstruía la primavera en mi vida.
La cuatro paredes de mi habitación
se abarrotaron de esas margaritas que solo saben decir que sí.
Te despertaste
y se me llenaron los ojos de pétalos.

Me miraste y te pregunté:
¿Qué has visto ne mí?

Una flor en medio de un campo de ruinas,
contestaste tú. 

1 comentario:

  1. No me gustan las "correcciones" que le has hecho al texto. Me parece importante respetar como escribe la autora.

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