domingo, 29 de noviembre de 2015

Oh dios

[Odio
casi tanto como quiero.]

Odio que llueva
y que el sol evapore los charcos
y el calor seque mi cuerpo
sin dejar espacio al frío.

Odio alimentarme de restos
de todo lo que fue:
moribundos,
insaciables,
apenas laten pero resuenan vivos.

Odio el frío:
solo es una excusa 
para llamar a tu abrazo,
odio
llorar
sin poder contártelo
-como quien se masturba
en soledad
y sin fantasmas,-
odio dormir por inercia
y no por agotamiento.

Odio 
mi falta de presencia ante los destellos,
esta incapacidad mía 
al intentar atrapar las estrellas fugaces
y obligarlas a quedarse,
repeler
todo aquello que signifique abrazarme
por si me daña.

Odio
poder decidir sobre mi muerte
mientras la vida aparece y desaparece
cuando le da la puta gana.

Odio
desconocerme cuando recupero mi pasado
-estoy hecha
de un bucle que rechazo y repito-.

Odio 
tanto
que no sé odiar.

[Odio 
muchas cosas.
pero a ti no podría odiarte.

Porque odio
casi como quiero.

Y contigo
siempre he sido
a doble
o nada.]



IX - Será

Será que por ir a contracorriente
hemos acabado mirando en la misma dirección,
que mientras la gente nos llenaba de excusas
tú y yo solo pensábamos en besarnos,
que justo cuando el mundo se quedaba sin palabras
nos llenamos la boca con acentos de otro mundo
y en cierto modo lo salvamos
-nos salvamos-,
y nos dio a nosotras la compensación.

Será que me levantaste la mirada del suelo
mientras tú mirabas al cielo
y el coche fue algo así como implosionar 
pero de ti para mí,
y viceversa. 

Será que me acariciaste así,
como si fuera de mi cuerpo
terminarán los límites de esta ciudad,
y quise quedarme a vivir en tus manos
más de lo que dura un beso.

Será que no nos esperábamos
y por eso ahora nos vamos,
porque lo bonito de todo esto
es ver que la sorpresa sigue ahí
cuando abres los ojos.

Volverte a ver

Ahora que la vida 
es un laberinto con peldaños,
quiero subirlos contigo de tres en tres.
Y tú sin saberlo.

En realidad esto no es un poema,
es sólo una forma de pensar en ti sin que lo sepas,
de mirarte de cerca sin que me veas,
de colarme por dentro
como las capas de ropa del invierno
para ser la única que no te sobre
cuando entres al metro camino del trabajo
y salga el sol de tu vientre.

Mi corazón es parte de la lluvia
pero no vas a sentir frío 
porque soy un hombre feliz.
Si quieres
podemos hablar de ingeniería forestal,
de los latidos del planeta,
de los viajes que hiciste sin mí a Canarias
 de la hipérbole de un abrazo.

También puedo volver a conocerte cada vez que me esperes
-con la mirada en silencio-
en algún café del centro,
sentada en la mesa del fondo
como si fuera la primera vez.

No sé nada de ti y te conozco.
No tengo derecho,
mucho menos permiso
pero no sabes lo divertido
que puede llegar a ser
pisar charcos con treinta y tantos
y mojarse el alma,
andar ligero de equipaje
porque es la mejor manera de volar sin turbulencias
y mandar un cohete a la luna
con los planes que hicieron por ti,
con la paga extra y el máster,
con el miedo a verse viejo y si pareja.

Encontrarte estaba escrito.
Como si paseas solo por París
escuchando a Damien Rice y llueve.
Conocerte es un peligro
pero aprendí a vivir seguro
sentando al borde del precipicio,
después de sentir con arnés
durante tantos cuerpos
y dormir con una brújula
debajo de la almohada.

Eres un enigma
y a mí me pueden los misterios,
igual que el material de esa pulsera
que baila un tango en tu muñeca
y que solo fue una excusa
para despistar a tus manos,
para atrasar en el reloj de tus ojos
la hora de despedirnos.

Tengo tiempo,
algo de prisa
y poéticamente un problema:
el estúpido deseo de volverte a ver.


Agradezco que existas

No te engañes,
no escupas fuego
hablando de nosotros
y deja de decirme de una puta vez
todo lo que podíamos haber sido
y no somos.

No te engañes, mi vida,
no me eches de menos
si sabes que estoy a tu lado,

que yo siempre estoy aquí
aunque no me veas,
que yo siempre estoy aquí
aunque siempre me esté yendo,
que yo siempre estoy aquí
porque siempre acabo quedándome
y agradezco que existas.

Agradezco que existas
aunque a veces duela,
agradezco que existas,

porque el amor que no quema
no mata
y yo quiero morirme contigo.

Agradezco que existas
porque pusiste todo
donde no había nada,
porque te hice inmensa
y aprendí a amarte
en todas las cosas de este mundo.
Igual que tu me amas
en todas mis versiones,
con todos mis gigantes, 
igual que amaste mi isla,
igual que amaste diciembre
y el sol más ardiente de Mayo.

Así que no te engañes,
que tú y yo encontramos
el misterio de ese lugar
donde no hay ni ayer ni mañana,
y la vida,
nos escogió
como únicos protagonistas
de esta historia. 

Este puto milagro divino

Yo
que siempre pestañeo
cuando pasan estrellas fugaces,
que lloro viendo anochecer en el mar
o escuchando a Ludovico Einaudi
porque me siento
incapaz
de
abarcar
tanta belleza
y eso me llena de tristeza,
que tengo un corazón en dos por cuatro
y un silencio entre los labios,
que temo más a la oscuridad 
que a los monstruos,
que no pertenezco a ningún lugar
porque abandoné mi casa
para cohabitar con mi existencia
y debo mil facturas,
que no confío en quien me quiere
por no salir de mi rutina,
que escribo
porque no soporto mi ruido
y todo lo demás es adorno.

Yo
curo al alcohol 
con mis heridas,
que nunca aprendí a ser feliz
más allá de mi misma,
que me resulta imposible 
mirar a otros ojos más de tres segundos
porque me aterra ser descubierta,
que no sé mentir
pero desconozco cuándo digo la verdad,
que echo de menos mi futuro
y así con todo,
que soy tan minúscula como el punto de una i
y prescindible como una exclamación de apertura,
que te quiero más pero siempre después de ti.

Yo 
que nunca creí en el cielo
ni en la salvación
y que concibo la redención
como un fantasma o un recuerdo...

Permíteme confesarte
a ti,
ángel subido a mi pecho:
que de repente vi tus brazos salados
abriéndose como dos nubes de agua,
tu busto sinfónico inflándose
como un huracán dentro de un volcán en erupción,
tus ojos espumosos destapándose
como las puertas de mi fe ante las certezas,
tu boca llenándose de mandamientos
impenetrables como rocas milenarias,
tus piernas benévolas empapando 
mi suelo de flores anacaradas,
tus dedos silentes ahogándose
entre esdrújulas arrítmicas, marítimas y selváticas,
tu voz glorificada disparando
amor a mis labios resecos y perdidos...

...y aún no me creo este puto milagro divino.

domingo, 22 de noviembre de 2015

.

Por mi suerte o vuestra desgracia, 
sigo siendo yo la que me pongo la pistola en la sien
y la que decido si apretar o no el gatillo.
No hay más balas para mi que las que yo mismo fabrico
y no tengo más heridas que la que yo me hice por voluntad propia.
Lo bueno de tener el corazón hecho a pedazos es eso,
que las balas de los demás tal y como entran, salen.
En fin, que no necesito la saliva de nadie para curarme,
que eso ya aprendí hacerlo yo solita.
Que, por mi suerte o por vuestra desgracia,
todavía no voy a ser blanco fácil de nadie.
Descargar pistolas, 
la función ya ha terminado.