domingo, 29 de noviembre de 2015

Volverte a ver

Ahora que la vida 
es un laberinto con peldaños,
quiero subirlos contigo de tres en tres.
Y tú sin saberlo.

En realidad esto no es un poema,
es sólo una forma de pensar en ti sin que lo sepas,
de mirarte de cerca sin que me veas,
de colarme por dentro
como las capas de ropa del invierno
para ser la única que no te sobre
cuando entres al metro camino del trabajo
y salga el sol de tu vientre.

Mi corazón es parte de la lluvia
pero no vas a sentir frío 
porque soy un hombre feliz.
Si quieres
podemos hablar de ingeniería forestal,
de los latidos del planeta,
de los viajes que hiciste sin mí a Canarias
 de la hipérbole de un abrazo.

También puedo volver a conocerte cada vez que me esperes
-con la mirada en silencio-
en algún café del centro,
sentada en la mesa del fondo
como si fuera la primera vez.

No sé nada de ti y te conozco.
No tengo derecho,
mucho menos permiso
pero no sabes lo divertido
que puede llegar a ser
pisar charcos con treinta y tantos
y mojarse el alma,
andar ligero de equipaje
porque es la mejor manera de volar sin turbulencias
y mandar un cohete a la luna
con los planes que hicieron por ti,
con la paga extra y el máster,
con el miedo a verse viejo y si pareja.

Encontrarte estaba escrito.
Como si paseas solo por París
escuchando a Damien Rice y llueve.
Conocerte es un peligro
pero aprendí a vivir seguro
sentando al borde del precipicio,
después de sentir con arnés
durante tantos cuerpos
y dormir con una brújula
debajo de la almohada.

Eres un enigma
y a mí me pueden los misterios,
igual que el material de esa pulsera
que baila un tango en tu muñeca
y que solo fue una excusa
para despistar a tus manos,
para atrasar en el reloj de tus ojos
la hora de despedirnos.

Tengo tiempo,
algo de prisa
y poéticamente un problema:
el estúpido deseo de volverte a ver.


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